Visita al Pabellón Alemán de Mies van der Rohe

De la visita al Pabellón Alemán me quedo con la brillante explicación que nos dio el responsable de mantenimiento, donde nos demostró que la pasión es fundamental a la hora de comunicar. Amar lo que se hace por encima de todo. Estamos ante un hito de la arquitectura moderna. Hacer el ejercicio de contextualizarlo en la sociedad y medios de 1929 bastan para darnos cuenta de que estamos ante algo único, a menudo, infravalorado por los habitantes de esta ciudad. El ónice dorado condiciona por completo el proyecto y Mies se adapta a sus características. El tamaño de las piezas y su corte son aspectos esenciales. Mies lucha por obtener lo mejor que había disponible en ese momento y lo trata con sumo esmero, dando piezas macizas en las esquinas para obtener continuidad del material y evitar defectos. La continuidad del espacio, creando un recorrido repleto de texturas y atractivas visuales hace que uno quiera tratar de descubrir poco a poco todos los detalles que encierra el pabellón.

Héctor Martín

Si tengo que destacar algo de la visita al Pabellón, después de la valiosísima explicación de Marc, el responsable de su mantenimiento, es la obsesión por el material como elemento definitivo de arquitectura paramétrica de principios del siglo XX.

Su importancia en el diseño del conjunto es tal, que si Mies hubiera encontrado una pieza de Ónice Dorado de diferente ancho, al poner una encima de la otra no tendríamos los 310 centímetros actuales si no 350 o 270, cambiando por completo la percepción del Pabellón desde dentro y desde afuera, modificando el tamaño del resto de paramentos, modificando las medidas de los vidrios verdes, negros y blancos, seguramente cambiando de proveedores, de país de procedencia, de método de transporte de las piezas, del sistema de sujeción… Lo que no cambiaría es que esa pared estaría compuesta exactamente de dos piezas de Ónice Dorado perfectamente moduladas, sin ningún tipo de junta. Y si para ello hay que tallar las esquinas en piezas macizas, se tallan. Y si para ello hay que expropiar personalmente las piezas del crucero de lujo al cual estaban destinadas, se expropia. Y si para ello hay que dividir el replanteo del resto de paredes en tres filas, se divide. Y si hay que justificar que esa pared cueste el 20% del presupuesto, se justifica.

Y es que lo que parece un capricho de arquitecto egocéntrico, cobra sentido cuando sabemos que el Ónice Dorado es la única textura que inundará todo el interior con la bandera alemana, haciendo conjunto con la alfombra negra y la cortina roja. Y es que solamente un elemento de tal magnificencia puede ser digno de ser el marco que envuelve el asiento donde van a descansar sus majestades los reyes en la visita oficial. Y es que solamente esa obsesión por el detalle podía hacer que hoy, casi 100 años después, ese pabellón siga al pie de las escaleras que llevan al Poble Espanyol, que sea probablemente el icono arquitectónico más importante de su época en la ciudad condal, y que la silla Barcelona, diseñada específicamente para el pabellón se haya convertido en un lujo decorativo atemporal.

Juanjo Vargas

Este pabellón fue el edificio de representación de Alemania en la Exposición Internacional de Barcelona en el año 1929. En principio no entendía, sin embargo, cuando el señor encargado del mantenimiento comenzó a explicar toda la evolución, me quede impresionado de la gran importancia y excelente reseña histórica que tiene dicho recinto. Desde mi punto de vista los espacios poseen historias muy interesantes que sucedieron hace más de 90 años, fácilmente hubiésemos podido pasar otras horas escuchando a Marc y quedaríamos sorprendidos de todos esos hechos ocurridos en esos años.

Jean Carlo Colombo